Miércoles, 30 de marzo

Durante la noche, un ligero crujir de catre me ha despertado. No me he movido. La pantalla permanece aún encendida, y Caicedo ve alguna película…, y algo más. Mantengo la respiración para pisparme. Se la está cascando. Asomo algo la jeta y observo a dos guarris montándoselo en una peli de la tele. Y Diego, dale que te pego con la ale-manita. De repente, se inmoviliza el camastro. Finaliza el traqueteo. Trato de dormirme.

Me ha desvelado. Comienzo a pensar en Ana, en su cuerpo desnudo, en nuestros revolcones monumentales, pero nada, no se me pone dura. Desde que me detuvieron no he tenido una sola erección. Y menos desde la última comunicación. La sentí, y a pesar de su lloriqueo, más fría y distante. No ha encajado bien mi detención y posterior encarcelamiento, pero lo peor para ella ha sido el no conocer nada de mi actividad pirata. Creo que no me perdona ni perdonará el engaño, la falta de confianza. Mi aprehensión es tal, que la libido no se acciona en mí, ni siquiera cuando vi a las pibas saliendo del gimnasio. Las miré por la inercia que tenemos los tíos de ver buenos culos.

A eso de las cuatro de la madrugada, y después de meneármela sin éxito, creo que me amodorro. Cuando llega el recuento, apenas saco la pata y me quedo enpiltrado.

Y para colmo de males, y después de realizar mi llamada diaria a Ana, no puedo garlar con ella; no me contesta. Se me cruza la pinza. Empiezo a comerme el tarro de mala manera. ¿En qué andará?, ¿estará tomando algo con otro?, ¿estará mosqueada?, y así, una tras otra, las dudas cruzan mi magín sin interrupción.

En eso aparece un gallego. Tiene buen talante y hemos charlado en un par de ocasiones. 

-¿Te pasa algo, compi? –me pregunta.

Al no rotundo de mi respuesta sonríe. Me lleva a un lado y me enciende un porro.

-Fuma, compañero, esto te aliviará.