A la salida de Elisabeth María de la Enfermería, un par de días después, se extraña de no encontrar a la Patri en el módulo. Entonces se entera por boca de sus compañeras de penas, que el mismo día de los hechos, la Jefa de Servicios, rodeada de un combo de funcionarias, interrogó a todas las internas del módulo. Nadie sabía nada. Nadie había visto ni oído nada, como de costumbre. Pero a las funcionarias no es fácil dársela con queso. Muchos años de patio les han dado pie para hilar fino y entresacar los pespuntes. Al día siguiente la Patri partió de cunda urgente a la prisión de Ávila; a sus dos lugartenientes de confianza las enviaron por la misma vía, una a Meco Mujeres, y a la otra a Zuera.
El módulo pasó, como hacia tiempo no se sentía, a una calma chica. Todo volvió a su lugar, situación desconocida para muchas de las ahí residentes. Por ello, cuando Elisabeth María entra al módulo, siente un ambiente distinto, sosegado y de un respeto que se palpa. Su mesa y su asiento están vacíos, reservados a la espera de su llegada. Todas la saludan efusivamente, con cierta deferencia y ella se siente cómoda, muy cómoda, cómoda en exceso.
A partir de ese momento la vida de las nuevas mejora a ojos vista, y no solo la de ellas, sino la de todas. Las funcionarias, y ante la tranquilidad que se adueña del módulo, relajan su control sobre las internas. Asimismo la Educadora y la Asistenta Social abren la mano y colaboran en la ubicación de las nuevas en talleres, cursos y destinos. A Elisabeth María la colocan de ayudante de office y a Cesárea y a la Paisa, a limpieza de patio. Y las dos compañeras de celda se apuntan también a la Eso, a los cursos de la Eso que se imparten en el Sociocultural por profesores del Ministerio de Educación. A ver si termino el hartoso bachillerato, ese que dejé a medias en Bogotá por ponerme a camellar para ayudar en casa, piensa Elisabeth María. Siente la nostalgia de su época de estudiante, época que aunque de una manera edulcorada, desea retomar.