-Pero si todo ha rulado de puta madre, ¿de qué va tu mal rollo, compi? -pregunta entonces el Filetes.
El rostro del Anselmo vuelve a tornarse hosco, fruncido.
-Joder, que la Vanesa me suelta cuando terminamos el vis y estamos tumbados ahí dándole al pico, que uno de los de destino de comunicación, uno que ella nunca había visto antes, la miró raro cuando llegó, ansina como comiéndosela con los ojos. Y me cago en tó lo que se menea, que si engancho al hijo de la gran puta que me ha mirado con ganas a la Vanesa, lo mato.
-Pues tienes toda la razón, Anselmo, que aquí nadie, pero naiden, puede mirar a la parienta de otro; esto es sagrado y al guapo que se pase, hay que joderlo y que toda la peña se pispe, pá que aprenda –esgrime otro de la mesa.
Todos se miran en silencio. La cara del agredido se suaviza ante el apoyo que recibe de sus compis de comedor. En estas casas las mujeres e hijas de cualquiera son sagradas, intocables e indeseables para el resto de los compañeros, y al que pillen observando con mirada torcida a alguna, lleva las de perder.
-No te preocupes, Anse, –dice suave el Filetes-, que a ese cabrón lo localizamos y ya nos encargaremos de él, se encuentre en este u otro módulo. Cuento con compis en todos los lugares, para eso ya tengo la universitaria hecha aquí y en la rue.
Todos ríen la gracia del Filetes y al Anselmo le regresa la calma al rostro. Ya siente como su orgullo herido va camino de desagraviarse.
A partir de esa tarde, el Filetes toma como suyo el desquite de su compañero de patio y pone a funcionar su maquinaria de información. Con muy pocos datos, escasamente, de que se trata de uno nuevo en el destino de comunicaciones, sus contactos en los diversos módulos y destinos trazan una tela de araña alrededor del posible infractor de los códigos talegueros tradicionales.