El violeta gira sobre si mismo y corre arrastrando el pie derecho hacia el otro ala de la planta. Por el sonido de los cerrojos metálicos deduce la presencia de un funcionario. Se llega hasta la zona seguido por los perros de presa del Manu. Cuando aparece el funcionario llave en mano por la esquina, ambos desaparecen. El perseguido se lanza hacia el de azul gritando:
-¡Señor funcionario, señor funcionario, me van a pinchar, quieren matarme!
El otro lo mira extrañado, observa a su alrededor y le pregunta:
-¿Quién? No veo a nadie.
El engendro mira hacia los lados, hacia atrás y vuelve su mirar al funcionario.
-Dos, dos me van a matar. Estaban allí. Yo los vi.
El de azul mueve la cabeza con gesto cansado e indica con la mano:
-Ande, baje al patio con todos y deje de dar la brasa. Ya conozco su historial. Así que no me moleste y desaparezca- y mientras termina la frase se da la vuelta y comienza a bajar por la otra escalera.
El tullido lo sigue a voz en grito.
-¡Si no me refugian o me cambian de módulo me chino aquí mismo!
Toma de su bolsillo el arma-lata y la esgrime para que el funcionario, que en ese momento detiene su bajar, lo observe.
-Deje eso inmediatamente. No me obligue a partearle.
Sin embargo el otro, acostumbrado a lograr su objetivo de manera expedita y a su estilo, eleva el brazo izquierdo mientras con el derecho lo tajea con rápidos movimientos. La sangre se le escurre en arroyos y cae en pequeñas cascadas al suelo, mientras él continua con su propia carnicería.
El funcionario con un par de zancadas salta hacia él y detiene de manera brusca su brazo armado. Con dos movimientos contundentes lo desarma. Varios internos rezagados se acercan al lugar y forman un corro alrededor de ambos. El funcionario ordena:
-¡Qué baje alguno rápido a la garita y digan a don Óscar que llame a Enfermería! Y ustedes dos, ayuden a bajar a éste. Ah, busquen al ordenanza de limpieza y que limpie este reguero de sangre.
Uno de los internos se baja disparado por la escalera mientras el funcionario y dos del corrillo se llevan al herido aferrado de las muñecas escaleras abajo. A medida que bajan el goteo de sangre va en aumento, el rastro bermellón los acompaña y desde el pasillo de la segunda planta se oyen proclamas altisonantes:
-¡Violeta hijo de puta, ya te daremos muley!
-¡Qué no te pillemos por el módulo, sarasa, so sarasa!
Todos alcanzan a escucharlo. El funcionario hace caso omiso. Los otros sonríen. Sólo el violeta gira nervioso su jeta mientras susurra al de azul:
-Quiero que me refugien, quiero que me refugien, si no me matan.