El alemán, un madurillo de unos cincuenta tacos, nada, se dedicaba a vender pastillas adelgazantes que lo único que realmente conseguían era adelgazar el bolsillo del interesado. Lo andaban buscando los del norte, ya que dos de sus clientas viajaron al otro barrio al ingerir un par de sus pastillas, de esas, que él anunciaba como adelgazantes y que al final resultaron vigorizantes, tanto, que el corazón se les salió de latir con fuerza inusitada.
De todas maneras, yo con estos dos convivo cómodamente. El español es mi machaca, con lo que saca para sus vicios, y el trato con el otro es de los más banal, sin una gran relación de por medio. Existen otros presos en la galería, en la 5ª somos casi 700, una de las más tranquilas, pero salvo algunos, apenas tengo contacto con casi nadie.
Exceptuando a los Pieds-Noirs, a Antonio Sánchez, uno de los falsificadores más cualificados de España y a Marcos Sielmann, vicepresidente del Banco Central de la República Argentina, y condenado por un fraude de muchos millones de dólares, el trato con el resto es de ordeno y obedecen.
Del grupo inicial de doce Pieds-Noirs aún quedan ocho, además de otros seis que han ido entrando en los últimos años. El jefe de ellos, Jean-Michel, me considera como de la familia. Antes de caer ya habíamos realizado algunas operaciones de narcotráfico, unos temillas de tarjetas de crédito falsas y alguna cosa más, como un contrabando de armas para sus amiguetes marselleses. Por eso, el día que entré, me recibió con los brazos abiertos.
Me integró en su grupo de los antiguos combatientes de las OAS y me cobijó de las posibles incursiones guerreras que tanto abundan en estos patios. Habían luchado con Francia en la guerra de Independencia de Argelia, degollando a innumerables enemigos y cometiendo infinidad de sabotajes, todo ello en réplica por el exterminio que los argelinos perpetraron contra su pueblo. Todo para nada, ya que una vez finalizada la contienda, a una parte del contingente de los Pieds-Noirs el gobierno gabacho los dejó abandonados como perros, y como una jauría de perros reaccionaron. Se dedicaron a sobrevivir con lo que sabían hacer: la guerra.
Se formaron grupos, una suerte de bandas paramilitares, que expandieron sus tentáculos a todo negocio ilícito que se pusiera en su trayectoria. Se involucraron en el negocio de las armas, de la extorsión, de las tarjetas falsas, de la prostitución, del robo de coches a gran escala y por fin, en el negocio de la droga. Francia comenzó a perseguirlos con ahínco, a sabiendas que había sido su gobierno el que los entrenó, armó y lanzó a la batalla, sin brindarles ningún tipo de salida a la finalización del conflicto.