Lunes, 10 de octubre

Hoy subo después de comer a la celda y me encuentro de bruces con dos mendas que apenas conozco y que golpean de manera rápida y un tanto refinada a un machaca de Jesús. Entonces se guardan algo que no distingo en un estuche cilíndrico de cuero. Nos miramos por un instante y se deslizan escaleras abajo en volandas.

Cuando me acerco al machaca, observo como se agarra la zona lumbar de donde fluyen varios hilillos de sangre. Trato de ayudarle, pero se gira y comienza a subir la escalera con dificultad.

-No largues; no te conviene –me suelta antes de desaparecer por el recodo de la escalera.

Subo con lentitud mientras trato de recomponer la escena. Los golpes no son tales, pienso, sino estocadas veloces, dos, tres, cuatro que le han propinado con un pincho que después guardaron en su funda de madera y cuero, de seguro. Fabricación casera de lujo. Ya he visto en un par de ocasiones estos pinchos, en general, de peor manufactura. 

                                              
 
Cuando nos chapan lo comento con el Edu. Me aconseja no meterme y no abrir la boca. Estos dos ruinas llevan poco en el módulo, trasladados de un primer grado, ya que en varios meses salen en condicional; han de suavizarlos en un módulo de mariconas como el nuestro, tal y como ellos comentan en el patio.

No las tengo todas conmigo, pero he de meditar al respecto. Por lo menos creo que le debo la información al Jesús, ya que el tío me ha ayudado en otros menesteres.

En la hora de la cena y cuando sirvo la sopa, uno de los que me encontré en la escalera se me acerca más de lo habitual en la barra:

-Tú no has visto ni oído ná, ni hostias. Ya sabes lo que les ocurre a aquí a las perras chivatas.