Lunes, 7 de noviembre

Esta mañana me levanto resacoso, de mal rollito. Pero no es cuestión del alcohol, ya que desde el día de mi cumple no he vuelto a catar licor. Mentira, el finde pasado, durante el aperitivillo, me lleve un traguillo de vino al gaznate. Pero aparte de este par de ocasiones, aquí no es sencillo pillar alcoholes.

No, sí me he levantado de aquella manera se debe a que hoy, día 7 de noviembre, cumplo ocho meses de encierro, y solo me he percato de ello mientras patieo con el kurdo y cargo este mal cuerpo encima. 

Ocho putos meses encerrado en esta mazmorra, haciendo todos los días lo mismo y sin visos de salir. Y eso que el abogado me confirmó, que después de declarar, cabría la posibilidad de que me concedieran la libertad bajo fianza, aunque… lo dudo. La peña me comenta, que antes del año lo tengo crudo, que a pocos compis les piden fianza antes de cumplir ese primer periodo, y que después, ya verem. 

Y hoy es uno de esos días que le da a uno por maquinar, por trajinar el magín, y me percato, que todo lo que era, todo lo que tenía y todas mis esperanzas, se han ido a tomar por el culo. No me queda nada, ni siquiera familia, y no sé aún lo que me espera, el tiempo que he de pasar aquí y hasta cuándo durará aún esta pesadilla: años, preveo.

Por eso permanezco todo el día cabizbajo, depre, sin ganas de hacer nada, y apenas como. Ese es otro tema que me tiene quemado: la puta comida. Y eso que yo, como destino de office, pillo las mejores raciones. Pero la monotonía de la comida -todas las putas semanas lo mismo-, tiene mi estómago estragado, cerrado. Estoy de la paellita, de los garibolos, de la carne estofada, de la sopa con tropezones y del café aguachirle de las mañanas, hasta los mismísimos. Y eso que el papeo no es malo del todo, pero la repetición te jarta, y hoy, mi jartura llega a niveles peligrosos. Espero no darme de hostias con nadie.