Lunes, 17 de enero

Al mediodía me avisan de comunicaciones: abogado. 

De nuevo la duda me embarga. ¿Habrá venido el cabrito de mi letrado, o como es habitual desde que me crecieron los cuernos ha enviado a uno de sus curritos? Digo lo de los cuernos a modo de coña porque no he visto un caso como el mío en todo el talego: que tu abogado se esté haciendo a tu parienta, u sea, que se la está follando descaradamente mientras tu estás en prisión y no encuentras el modo de poder defenderte, darle de hostias, o hablarlo con tu mujer. Los pocos que conocen el tema, apenas dos compis que sé que no van a largar, no han oído un caso similar en su vida taleguera.

Recorro de nuevo el camino rodeado de verde, con los arbolillos esparcidos por los alrededores… aunque en cada ocasión que transito por este asfalto los encuentro más crecidos, más elevados… de repente me pispo que el tiempo pasa, que los días transcurren y que yo sigo aquí y que la naturaleza se desborda, mi hijo crece, y yo… envejezco entre estas cuatro paredes.

Cuando llego al módulo de comunicaciones mi ánimo deja mucho que desear. En un momento de caminata he percibido la inutilidad del encierro, lo rápido que pasa el tiempo, lo lentos que transcurren los días, y me vengo abajo.

Para rematar la jugada, me encuentro de nuevo con la pringada de la vez anterior mirándome a través del vidrio con esos ojos inquisidores, y tratando de esbozar una sonrisa forzada que apenas sale a relucir.

-Buenos días, Javier, ¿cómo estás? –me pregunta con una confianza que yo no le he dado.

Uy, y ésta… ¿de dónde cojones se ha sacado el tuteo? A ver si como su jefe se está tirando a mi mujer, esta pretende hacer un vis a vis conmigo para compensar el asuntillo.

-Buenos días, ¿y Juan? –respondo a la vez que pregunto rasposo.

-No ha podido venir, pero me ha enviado para comunicarte que la declaración se realizará el 28 de octubre. Es para que te vayas…