Miércoles, 4 de enero

Ya os he comentado lo relativo al día de nochebuena y navidad. Sin embargo, el fin de semana de fiestas navideñas terminó, y entonces comenzó la semana que encarrilaba el fin de año; pasábamos de Guatemala a Guatepeor. 

Si ya de por sí ambos días revolvieron nuestras entrañas y corazones, la semana siguiente mantuvo nuestras voluntades aplastadas contra el hormigón de los patios, congelando nuestras carnes y deprimiendo las almas. Nada ocurría, nada llegaba, las actividades brillaban por su ausencia, aunque las llamadas que realizábamos a las familias nos recordaban que las fechas aún mantenían su vigencia: la navidad no había acabado, y durante el resto de la semana se seguía festejando a bombo y platillo hasta el finde, día de fin de año, en la calle, claro.

Y ni con esas se da por concluida la época navideña, ya que el nuevo año se alarga hasta este viernes, día de Reyes. 

Eso significa, que durante tres semanas nuestras emociones se han zarandeado como si en una montaña rusa se encontraran, desde la agitación de hablar con las familias en fechas tan señaladas, hasta caer en el abatimiento más profundo, pasando por fases de evasión propiciadas por los alucinógenos que pillábamos en los patios.

No obstante, la dureza, el carácter férreo de mi compi de celda –su entrenamiento militar y de inteligencia a prueba de bombas y hecatombes así lo han demostrado- lograron mantenerme a flote de una manera moderadamente buena.

Intercambiamos vivencias de nuestra época en libertad entre calada y calada de un chocolate aceptable. Me habló de su experiencia en la joven Israel, desde sus comienzos marciales en los kibutzs, pasando por su entrenamiento militar, para después adentrarme en algunas operaciones antiterroristas y de contraespionaje israelíes. Yo flipaba en colorines, intuyendo que recibía un porcentaje mínimo de información de sus vivencias, pero los porros siempre abren la conciencia por donde se escapa algún recuerdo.