Lunes, 6 de febrero

Esta mañana nos llevamos una grata sorpresa. El Lejía, un taleguero de pro, se dirige a la pecera después de que lo mandaran llamar.

Al rato vuelve dando un grito en pleno patio con un documento en la mano: ¡Libertad!

Sí, parece ser, que después de siete años de comerse a pulso la condena, y a unos meses de cumplir la total, le han dado la condicional, que más que una condicional es una total.

Pero es que el menda lleva entrando y saliendo de prisión desde los veintitantos, y ya rebasa los cincuenta. Y los delitos que carga en su mochila los contabiliza con todos los dedos de las manos… y de los pies. Por ello ha cumplido sus últimas condenas a pulso, después de varios quebrantamientos durante los permisos y el tercer grado.

Se acerca a nosotros para despedirse, pero antes encarga a un machaca media docena de birras Sin. Se lleva muy bien con los gallegos, y desea celebrar su salida con el grupo.

Mientras abrimos las latas y brindamos por un futuro prometedor nos cuenta.

-Esto de los talegos de hoy en día es de coña. Todo lo que encuentras son mariconas, perras chivatas y novatos, y para algún taleguero de los de siempre que te echas a la cara, no tardan en sancionarlo y llevárselo al chopano. Mirad lo de hoy. En la de Carabanchel, donde nos hacinábamos en cada galería unos setecientos mendas, no te llamaban por lo bajini para darte la noticia, ni de coñas. Utilizaban el altavoz y soltaban la buena nueva con dos cojones: “Pérez Valdivieso, ¡libertad!” Y se montaba la de Dios. Imaginaos setecientos cabrones gritando como bestias, junto a los travelos y todo lo que se meneaba. Aquello si era cárcel, no la mariconada light que tenemos ahora. ¡Brindemos por aquellos tiempos! –terminó alzando la lata a modo de cuerno vikingo y pegando un bocinazo legionario.

Los demás lo acompañamos con el brindis y lo despedimos con abrazos. Hasta nunca, Lejía, o quizás hasta pronto.