Lunes, 20 de febrero

Pues la verdad, la visita del amigo que acompañó este finde a mi madre me sorprendió; no lo esperaba.

Se trata de otro compañero de colegio, de esos de mi pasado más lejano, de esos que aunque lo veas después de veinte años percibes las mismas sensaciones que si lo hubieras visto ayer, de esos con los que apenas hay que hablar para entenderse, de esos es Tato.Tato, para los del cole, Felipe Aguiló para el común de los mortales.

Llevaba años sin verlo, pero el cabrón sigue igual, con la misma buena jeta de siempre, mantenido en el gimnasio, bien trajeado… y bien follado. Sí, bien follado, porque éste, junto a otros dos compis del cole, Augusto y Luis Fernando, han conseguido evitar el penoso trance del matrimonio. Y los tres cabrones viven como Dios, ganan y acumulan una pasta gansa, y follan todo lo que quieren y más, y nunca con la misma gallina. Y yo aquí, comiéndome los mocos y sin gallina ni nada que se le parezca, eso si, con una buitre aquí y una gavilán en casa.

A lo que íbamos. Tato terminó la uni, cosa que no todos hicieron, y se puso a trabajar para una empresa del ejercito, de esas que venden armas y demás infraestructuras bélicas. Lo enviaron a Asia, y ahí comenzó su verdadera carrera, relacionándose con todos los dirigentes de países del primero, segundo y tercer mundo, y todas las repúblicas bananeras deseosas de hacerse con armamento, cuanto más explosivo mejor.

A los pocos años lo contrató una compañía semipública y dedicada a la comercialización de los productos de todas las empresas armamentísticas españolas, o sea, una embajada legal del negocio de la muerte con el beneplácito del gobierno.

Y ahí el tío se encumbró. Conoce a los presidentes, dictadores, y los ex que los precedieron de todo el mundo, y entre ellos y Tato, guardan el secreto de cómo vender armas sin verse, ganar pasta y moverla sin que nadie se pispe, nadie del común. Mañana más que estoy torrado.