Miércoles, 28 de marzo

He pasado la noche comiéndome el coco; soy un tolai, un listillo que quiere ir de kie y tan solo llega a pringao de medio pelo. 

Ayer la vida me dio una lección, aprendí algo en esta casa, y encima me ha salido barato: he salido sin un rasguño y sin partes de la movida, aunque con el orgullo tocado y un acojone del que aún me tiemblan las piernas. La enseñanza es que no existe enemigo pequeño, y que en el talego cualquiera es más hábil que tú, tenga el tamaño que tenga, los estudios que haya recibido, o del ámbito social que provenga; cualquier menda puede acabar con tu vida en un abrir y cerrar de ojos.

He decidido que a partir del día de hoy no volveré a meterme en movidas, dejaré la gilipollez de la hombría de lado y evitaré como pueda enfrentarme a la peña.

Jesús, Luis y alguno más me preguntan por el resultado de mi venganza, ya que nadie supo nada, ninguno en el polideportivo se coscó, dado el rápido desenlace que tuvo el tema, y parece ser, que el agredido aún no lo ha cascao por el centro. 

Les cuento lo ocurrido, y aunque quedo como un pringao, reconocen que mi actuación fue la adecuada; yo no iba empalmado, y si me hubiera enfrentado a él, habría dado con mis huesos en la enfermería o en la morgue. Ninguno de nosotros pensaba que el menda, al desplazarse por todo el centro y sortear todo tipo de arcos, podía ir fajado con un pincho, y menos uno de vidrio. No son comunes, ya que conseguir un trozo de cristal puntiagudo y adaptarlo a pincho con un buen mango, no es tarea fácil, además de costoso.

A pesar de la historia, nadie me critica abiertamente ni me tratan de maricona en el patio; he reaccionado de la mejor manera posible. Además, solo lo he hablado con los compis de confianza, esperando que no larguen por ahí, cosa complicada en estas casas, lugar de marujeo y de pipas; también es lógico, poco más hay que hacer y mucho que largar.