Submitted by jorge on Fri, 10/09/2010 - 08:19
No concedía tiempos de reacción ni a unos ni a otros, y cuando algunos de ellos recibían las órdenes oportunas de, “comprueben, entren” o “cogedlo, matadlo”, ya habían desaparecido entre nubes de polvos, unos por un lado, otros por otro, y todos en ascuas de a ver quién vino y quien se fue.
Escondió a su familia de cualquier mirada indiscreta, y sus gentes se movían con él por reacciones e instinto de lo que más conviene, sin premeditaciones ni planes establecidos. Durante semanas mantuvo reuniones de comida y cena con su abogado filibustero, armando sociedades allende los mares, desarmando entuertos en la capital y colocando parte de sus propiedades a nombre del abogado y de una caterva de testaferros que el tinterillo contaba a ese efecto. No obstante, la parte más oscura de sus ingresos, la escondía el Robus en apartamentos caletos y adaptados a tal efecto. Habitaciones que en lugar de ser vividas por personas de carne y hueso, servían de cajas de seguridad de sus efectivos en billetes de la United, libras, yenes, marcos y todas las monedas conocidas de este primer mundo, sin olvidar las pesetas, que en billetes de gran cilindrada, se encontraban aprisionadas en cajas de zapatos.
Ya le habían advertido que todo papel europeo había que moverlo, que los Euros no tardarían en hacer su aparición obligada y que después de eso, a ver quien era el guapo que llegara con bolsas de moneda obsoleta a cambiar a los grandes bancos nacionales.
Por eso cambiaba quincenalmente de deportivo, invertía en empresas legales y negocios limpios aunque necesitados de algo de suciedad económica.