Los varones Vallejo junto a Robustiano y al jefe de seguridad de la familia, se reunieron frente al televisor, frente al video, frente al testimonio de un secuestro esperado. Observaron como Patricia y Paz hablaban, sollozaban, imploraban a los suyos a través de ese objetivo indiscreto y saqueador, que las devolvieran a su vida cotidiana. Algunas sombras de manes enfierrados y unas tomas de más de un cañón de esas armas, resaltaban también en la película. Nadie pronunciaba palabra, pero los puños de unos y otros se contraían a medida que pasaban las secuencias.
-¡Apaguen esa maricada! -ordenó el Mono.
Nadie lo contradijo, ni siquiera el Don, conocedor de las sensaciones que invadían a su hijo y al español.
-Está bien, ya sabemos de qué va esta mierda y lo que tenemos que frentear. También sabemos quién está detrás de todo este mierdero, que no es otro que el Tuerto. Y ya saben como se las gasta este malparido. O le devolvemos la merca o el billete, aunque todos sabemos que esa merca estaba cortada del carajo, una basura que tuvimos que malvender, y que por supuesto, ni de vainas le pagamos ni vamos a hacerlo, o las rematan. Ahorita y de una, tenemos que pensar que vaina vamos a hacer: o rescatamos a la machimberra y quebramos después, o pagamos y quebramos. A ver, digan lo que piensan -espetó el anciano al resto de congregados.