Submitted by jorge on Mon, 15/05/2017 - 06:24
La primera ironía se refiere al nombre del altillo, “la Casita de Dios”, de un instituto para niños pobres y sordos regentado por curas y monjas de la Iglesia Argentina en el Provolo de Mendoza, lugar donde se cometieron abusos sexuales a los menores ahí hospedados durante años por los religiosos y religiosas.
La segunda ironía es que se trate de sacerdotes de la Iglesia Católica Argentina, cuando el Papa actual, Francisco, es argentino y parece que dicha Iglesia estaba al tanto de todo lo ahí ocurrido.
Pobres, niños y sordos, idóneo caldo de cultivo para que toda la congregación religiosa participara de una u otra manera en el abuso continuo de dichos menores, siempre por la noche, ya que durante el día acudían al centro limpiadoras, cuidadoras y maestros que, supuestamente, no estaban al tanto de lo que ahí acontecía.
El instituto era dirigido por el padre Nicolás Corradi, de 82 años, que ya había sido enjuiciado con anterioridad por abusos sexuales a menores en Verona (Italia), por lo que fue trasladado a la Plata, Argentina, donde dirigió otro centro antes de ser enviado a este de Mendoza. En todos organizó de manera sistemática el abuso sexual a menores y la Iglesia estaba al tanto de ello, pero como los niños, ahora adultos, apenas entendían lo que ocurría y si lo denunciaban, nadie los tomaba en serio debido a su juventud y sordera, las orgías nocturnas continuaban.
Una monja escogía a los más sumisos, que eran enviados a los sacerdotes que los inducían a mantener sexo entre los propios menores y con los adultos religiosos. Algunos eran encadenados y violados, además de tener que visualizar películas pornográficas.
Así durante años y aunque algunos padres notaron desordenes físicos y psíquicos en sus hijos cuando llegaban de visita, la directora del centro los convencía para que no lo denunciaran aduciendo que se trataba de cambios propios de la edad y, si llegaban a denunciar, la policía archivaba los casos.
Hasta que una menor contó por casualidad su caso a una intérprete en el mismo edifico que se encontraba el fiscal y la vicegobernadora y todo salió a la luz.
Ahora que las víctimas saben que los sacerdotes y monjas se encuentran en prisión, van perdiendo el miedo y la mayoría de ellos desean denunciar.
Esperemos que, y aunque actualmente la mayoría de dicha congregación religiosa se encuentre en prisión, sean condenados con penas acordes al delito que cometieron, degradante donde los haya.
¿Cuándo se decidirá este Papa a sacar de una vez por todas los trapos sucios sobre la Pederastia existente en la Iglesia?