Después de tres años de preventiva, lo juzgaron por ambos casos, saliendo con la fresca de 13 y 12 años respectivamente y a cumplir al contado. Por dicho motivo, el gran magnate de la distribución mediterránea se acomodó en el módulo que le habían designado en este talego y lo hizo suyo, como si de su antigua ciudad se tratará.
Su pareja de referencia que lo visitaba quincenalmente al vis, lo aprovisionaba de parte de la merca que el distribuía por todo el centro. De igual manera, los compis que salían de permiso, regresaban con sus encargos bien cumplimentados y encaletados en el tramo final de su intestino, es decir, empetados en el culo. Para el almacenamiento, la distribución y el envío intermodular de la merca, contaba con media docena de machacas que por puro vicio y aprovisionamiento personal, se encargaban de ello diligentemente. El único que no agachaba su cerviz en el patio era el Bush, por lo que entre ambos existía un pacto tácito de no agresión.
Como era de esperar, la mente calculadora de la July se decantó por la madurez y el bolsillo de Raimundo, de un físico poco agraciado aunque ejercitado a base de tirar sus kilillos en el gimnasio del patio. Los deseos que el Bush le provocaba quedarían bloqueados por su mente calibradora y su exiguo peculio. En fin, cualquier polla sirve pá el apaño, y en cambio, los dineros del viejo me vienen más que bien, pensaba la nueva diva.
Esa mañana se acercó a uno de los machacas del Raimundo y le comunicó que ella se reuniría con su jefe en las duchas. Allí le manifestó su decisión de compartir chabolo y vida en común hasta que la libertad o la cunda los separara. El kie se frotó las manos a sabiendas de las noches de placer que la nueva inquilina le depararía; el polvo mensual y alguno que le robaba a su pareja en los vis-vis familiares, no eran alimento suficiente para su libido calenturienta. Necesitaba más y la July se lo proporcionaría.