Al subir a la celda, Elisabeth María no interroga a Cesárea, aunque intuye que un magma de sensaciones bulle en las entrañas de la carioca. Ésta no suelta prenda, pero cuando apagan la luz del chabolo, entierra sigilosamente la cabeza en la almohada y rompe a llorar como solo en estas casas se aprende a sollozar: sola, en silencio y mordiendo con fuerza la almohada para evitar emitir cualquier tipo de susurro, además de descargar en ese bocado la tristeza, la furia o el sentimiento que como lava mana al exterior.
Al cabo de varios meses de acaecido el incidente entre Elisabeth María y el Filetes, la educadora en el módulo de mujeres al tiempo que el educador en el de hombres, llaman a ambos respectivamente a entrevista. Cada cuál entra al despacho del funcionario sin saber a ciencia cierta el motivo de dicho requerimiento.
-Buenos días, Cardozo, siéntate. Te he llamado como resultado de la reunión que la junta de tratamiento tuvo el jueves. No conozco el motivo, pero un jefe de servicios ha insistido en que ambos, tu compañero de vis-vis y tú, y habiendo pagado ya los partes derivados de vuestra pelea y posterior aislamiento, estáis rehabilitados y podríais optar a disfrutar en breve tiempo de nuevo de un vis-vis. Pero antes, te voy a hacer algunas preguntas que…
A ambos, cada uno en su módulo, les entrevistan con una actitud similar. Y ambos salen de la entrevista escépticos a la vez que ilusionados ante la posibilidad de volver a estar juntos, de realizar de una vez por todas un vis en condiciones, y de follar de una puñetera vez. Acto seguido, se escriben una carta contando cada cual su experiencia.