Aunque el que tiene las cosas más claras es el Filetes. Por fin, el hijo de la gran puta del Ciriaco, su jefe de servicios corrupto y cabrón, se ha decidido a echarle un cable en condiciones. De seguro se lo cobrará en mercancía el día que él salga en libertad y retome sus antiguas andanzas, piensa el Filetes.
Los acontecimientos se suceden raudos en las siguientes semanas. Apenas una docena de días después de las entrevistas con los educadores, la autorización del vis-vis íntimo llega a ambos módulos. De nuevo se repiten las extrañas sensaciones en Elisabeth María, aunque en esta ocasión de una manera menos turbulenta. Está más decidida, se siente más tranquila. Ya no ve al Filetes como la representación del macho seguro y curtido que éste trata de proyectar, sino como la de un joven valiente y noble, pero con sus dudas y las inseguridades propias del que habita estos recintos.
La fecha prevista para dicha comunicación es la del viernes de la semana siguiente. A pesar de que la colombiana trata de pasar desapercibida entre las compis que recogen el correo y las comunicaciones, alguna con mirada afilada detecta el tipo de documento que le entregan a la economatera. De inmediato los cuchicheos revuelven el corro de chicas apostadas frente a la pecera y engullen a la pobre suramericana.
-Ay, Elisa, cuéntanos, cuéntanos para cuando el vis.
-Qué suerte tiene la tía. Otro vis y eso que la pasaron por el chopano.
-Oiga, mijita, cómo lo hace para volver a tener otro íntimo. Dígame…
Una tras otra van soltando sus comentarios, unas de oídas, las otras jalando el papel con fuerza y tratando de leer lo que no deben. Hasta que a la colombiana la paciencia la desborda y alza la voz a fin de desasirse de semejante plaga: