-No me jodan, pelaítas, déjenme tranquila y no sean sapas. Qué berraquera con estas berrionadas –y se zafa del grupo dirigiéndose al economato.
Una vez que toma asiento, comienza a digerir con lentitud la noticia. Después la regurgita para analizarla en toda su extensión. Lo comenta con su compañera de economato en la que siempre encuentra un báculo donde apoyarse en sus desvaríos ocasionales; ella, a su vez, proporciona el debido refugio a la otra cuando ésta pierde el equilibrio del andar en la cuerda floja del día a día penitenciario. La compi le anima a no pensar en ello, sino a dejarse llevar por las sensaciones, a no utilizar el cerebro sino el corazón.
-Pensar demasiado en estos patios te lleva a la locura. Déjate llevar y aprovecha las pocas ocasiones positivas para disfrutar de ellas.
Elisabeth María, que no es una mujer instruida aunque si intuitiva, exprime la sabiduría de estas palabras y actúa en consecuencia. Se levanta con ímpetu, se acerca a la ventanilla y antes de comenzar a atender al personal, gira su cabeza hacia su compañera:
-¿Sabe qué, mijita? Usted lleva toda la razón. A partir de este momentico, voy a dejar de darle vueltas a mi cabeza y voy a disfrutar todo lo que la vida me de. Que el Filetes me jode, bueno, habré gozado de algunos buenos momentos con él y ya. No voy a comerme más el coco, cómo ustedes dicen. A vivir en este infierno, a vivir y a no estar jodida.
-A ver, ¿qué quiere usted, Dorita? –le pregunta de manera abierta a la primera la fila.
Y con esas palabras, y como llevada por una extraña fuerza, la colombiana decide cambiar de forma de actuar y disfrutar del momento, sin hacer conjeturas sobre su futuro, sobre el Filetes y, sobre todo, lo que este revuelto de acontecimientos le deparará. Quiere vivir.