El Filetes celebra con sus compis la concesión del nuevo vis.
-A rematar la jugada, Filetes. Pon a la piba mirando a la Giralda, chachi, que seguro que le pone.
-¡Joder, compi, qué atracá de carnes te vas a dar!
- Si necesitas ayuda, ya sabes, tron, que aquí tienes un amigo.
Al Filetes no le motivan en exceso estos comentarios, es más, le están cargando. Elisabeth María es su chica y aunque no esté colado por sus huesos, ¿o sí?, le jode que estos cabrones imaginen a la piba en pelota picada y menos, follando con él. Pero tiene que aparentar dureza, pasotismo y dar la impresión de que todo está controlado, que aquí nada importa, que es un kie, en proceso, pero un kie a fin de cuentas.
Su último encuentro, el de ambos, se da dos días antes del íntimo. Convergen de nuevo en el sociocultural, en su clase del miércoles, su clase de introducción a la literatura. En el descanso calientan motores detrás de la columna y tantean sus cuerpos entelados a la espera de eliminar esa pesada barrera. Pero saben que un precalentamiento en estos casos es de desear, a fin de sortear los escollos de inseguridad que la soledad y el largo tiempo de ascetismo provocan.
El jueves noche se convierte en madrugada de vigilia de sueño. Ni duerme ni deja dormir. La colombiana contorsiona su cuerpo de una y mil maneras sobre su colchón de hule, provocando los clásicos chirridos metálicos de cama cuartelera a cada movimiento de sus huesos. A pesar de buscar esa felicidad diaria y con cuentagotas que se ha propuesto, el runrún de su cabeza no la deja ni a sol ni a sombra. Sí, esta vez lo haremos, ya me encargaré de ello, piensa intranquila. Se la pondré dura aunque me cueste la vida en ello. Lo necesito, necesito sentir su piel, sus labios, su olor, que me penetre, que se venga, que me haga un hij… Uy, pero que güevonadas estoy diciendo. No, no, lo que me faltaba, quedarme embarazada en este hueco. Y yo, sin tomar ninguna vaina, claro, para qué. Pero ahora, con cuidadito, mijita, que éste es capaz de preñarte. Tengo que llevar algunos condones, y ponérselos. Mi mami me mata si le digo que me han dejado embarazada. Y él, seguro que tampoco lo quiere, y yo, ni de vainas. Bueno, los peladitos son tan tiernos…, pero ni de vainas.