Se comen. Se devoran, a besos. Se palpan. Y comienzan a conocer el cuerpo del otro, sin palabras, aún. Ella percibe como su compañero de evasión se excita, entre beso y beso, al tiempo que intercambian sus fluidos -aún solo los bucales-, al tiempo que sus manos exploran los territorios desconocidos del contrario, excitación que ella palpa en la entrepierna de él. Y la de ella, que traspasa con rapidez la tela endeble de sus ropas, en forma de lava que todo lo anega.
Repentinamente ella paraliza ese mapalé, ese baile lascivo de formas e intenciones. Su mente calculadora y organizada dictamina que ahora toca café, que después del tentempié pueden continuar con sus intenciones primarias, pero ahora necesita unos minutos de descanso, de poner en orden el devenir de la comunicación. Él no comprende pero transige; su erupción sobresaliente en el pantalón comienza a remitir mientras toma asiento.
-Pero, tía, ¿qué pasa contigo, tronca? –le pregunta con el vaso plástico lleno de café en la mano.
-Ni tía, ni tronca, pelaíto. A mí me respeta. He parado para tomarnos el tintico. Calma, mijo, aún nos queda tiempo. Además, antes de empezar usted se tendrá que colocar algo, ¿verdad? –le dice con la mirada torcida y formas pícaras.
-Y qué es eso que me tengo que…, ah, ¿quieres que me enfunde el condón? Pues a mi lo del globito no me mola ni un poco. Yo con las pibas lo hago a pelo y listo.
-Pues conmigo ni se le va a ocurrir hacerlo como usted dice, a pelo. No estoy tomando nada ni tengo nada colocado y no quiero tener un pelaito. Así que, o se pone algo, o seguimos tomando tintico.
El Filetes sorbe de manera ruidosa el café mientras observa a la suramericana. Si no me lo coloco, no mojo, piensa. Menuda es esta gachí, joder, con la mala leche que se gasta es capaz de dejarme a verlas venir.