-Bueno, me lo pondré, pero ahora que me has cortado el rollo, la que te cuen se ha tranquilizado. A ver si me la animas –comenta mientras mira en dirección a su bragueta.
-No, mijito, qué ordinario es usted. Así no se levanta usted a ninguna pelada seria.
Él, como si no escuchara sus últimas palabras, deja el vaso sobre la mesa y se acerca a su lado. Sin moverla del asiento, comienza a sobarle los pechos y comerle las orejas, los oídos y el cuello, hasta que siente como ella da respingos y su respiración se entrecorta llevada por un ardor acrecentado. En ese momento, él baja su cremallera e introduce la mano de Elisabeth María por el hueco del pantalón. Ella mantiene los ojos abatidos, antes por excitación, ahora por una pudicia propia de inexperta, no obstante, no retira la mano, sino que la dirige por los entresijos de los gayumbos hasta extraer, como un trofeo olímpico, el miembro regenerado del Filetes. Se lo pasa como testigo a su dueño, que una vez roto el envoltorio del condón, lo desliza con facilidad por la verga, cubriéndola en su totalidad y proporcionándole una apariencia de un tono enfermizo.
Ella se levanta y, ya sin contemplaciones, comienza a desvestir a su oponente, primero de manera pausada, para una vez avanzado el reconocimiento del cuerpo, lanzarse a un desbarajuste de telas varias. Él por su parte, y desde el primer momento, arranca a manotazos la ropa tan primorosamente cuidada de la colombiana. Cuando ambos se encuentran frente a frente como su madre los trajo al mundo y se observan manoseándose, el rubor cubre el rostro de la colombiana; la escasa experiencia con otros hombres que no fueran su marido, sumado al larguísimo tiempo de cuarentena vivido, hacen de ella una mentecata en las artes del amor. Y él, viéndola en ese estado, arremete en su intento de mantener la fogosidad existente, sin caer en la cuenta, que el bloqueo momentáneo de Elisabeth María lo ha desestabilizado lo suficiente, como para sentir que su miembro pierde la tersura mantenida. Y de una apariencia colosal y horizontal, adquiere un abatimiento y una laxitud vertical.