Él se tumba a su lado. Se desliza resbalando sobre el sudor de ambos hasta sentir el apoyo del colchón. La mira. Ella permanece observando el techo descascarillado, tratando de encontrar sus propios sentimientos.
-Qué pasa, tronqui, ¿te ha molado el polvo? –le dice el Filetes al oído.
Ella hace como que no oye, pero ante una nueva pregunta de la misma índole, gira su cabeza hacía él con una mirada carente de significado.
-Qué basto es usted, mijo. Qué poco romántico y delicado. Pues cómo voy a saber si me ha gustado el p…, bueno, eso, si apenas lo he sentido. Ha sido todo tan rápido. Menos mal que se colocó la bolsita, porque mire, se vino sin darse casi cuenta.
En ese momento el Filetes recuerda que la bolsita, como ella dice, se ha evaporado sin cumplir su función y él, ni controlar ni hostias. Se ha corrido a la primera de cambio. Joder, como ésta se pispe, me la corta, piensa apresuradamente. Para evitar que ella se percate de su confusión, se gira mirando al lado opuesto.
-Todos son iguales. Una vez que han conseguido lo que quieren, se dan la vuelta y a roncar. Filetes, no sea güevón y hábleme, ah, y no me de la espalda.
Al percibir que ella no se ha dado cuenta del tema del condón, se gira y esconde la cabeza entre sus pechos. A fin de ganar tiempo para en que su rostro no queden trazas de dudas, vuelve a tomar la iniciativa con manos y boca. Y ella, aún manteniendo la efervescencia de quién no ha alcanzado el climax, entra en situación de inmediato. Pero antes de dejarse llevar por las sensaciones, agarra de la mesilla el segundo condón y lo extrae para pasárselo a él.
-Póngaselo ya, que creo que me voy a venir de rapidez.
El Filetes, de nuevo alterado por el acicate de la carne, no tiene dificultades en enfundárselo, proyectándose acto seguido sobre ella con ánimos de arreglar el desaguisado anterior. Y en esta ocasión ambos encuentran la satisfacción en un lance propio de adolescentes, a lo bestia, sin mesura y desgañitándose la garganta. Cuando el funcionario abre la celda tras hora y media de clausura, el olor que se evade del lugar unido a los gritos que ya antes lo hicieron, provocan en éste una sonrisa cínica.