Les puso en antecedentes de lo ocurrido. Las otras escuchaban atentas, entre risas nerviosas y comentarios anhelantes. La Paisa, la otra colombiana que había entrado al tiempo con ellas, había sido la culpable de la misiva. Resulta que unos días antes y esperando en comunicaciones a hablar con su abogado, conoció a un paisano que era compañero precisamente del Filetes. Ella y él se intercambiaron los nombres para cartearse –éste le había dicho que después de tres meses de un intercambio continuo de cartas cabría la posibilidad de solicitar un vis-vis -, y de paso, le dio el nombre de Elisabeth María para el Filetes; pensaba que así le daría una sorpresa a su compatriota.
Ésta no se lo tomo a mal, agradeciendo a la Paisa el detalle a la vez que remoloneaba supuestamente ofendida por la propuesta del Filetes. Ofensa que en su foro interno provocó toda suerte de reacciones: llevaba demasiado tiempo sin un hombre y el solo imaginar, pegarse un revolcón con el mechudo ese, le encendió la libido. Pero claro, de puertas para dentro, ya que de puertas hacia fuera seguiría dando la imagen de digna ofendida.
A partir de ese día Elisabeth María recibe no menos de una carta por semana. Al comienzo se dejó querer sin dar respuesta a las misivas, pero al cabo de varias semanas de un carteo unidireccional, la colombiana fue cediendo sus defensas y comenzó a plantearse dar respuesta. En esas se encontraba, con dudas más que razonables, cuando una tarde y a su bajada le comentan que su nombre figura en la lista de correos, pero con un 3 detrás. Estará arrecho, el niño, piensa. La sorpresa se la encuentra cuando recoge las tres cartas.
La primera que voltea a fin de ver el nombre y datos del remitente es de reconocida procedencia; del de siempre, a estas alturas, su Filetes. La otra le provoca un vuelco en el corazón. Es de su familia, de su mamá y de sus hijos; la primera carta procedente del Pueblo.