Entra en el economato después de hacer una señal a la funcionaria a través del portón de entrada al módulo. Un mero trámite, que sin embargo, es necesario llevar a cabo para anunciar la llegada del vis y su comienzo de la jornada laboral; una siempre ha de estar localizada. Esa tranquilidad de las funcionarias revierte en libertad para las chicas de los destinos: a mayor confianza, mayor autonomía de movimientos para ellas.
Su compañera se encuentra tan agobiada con los pedidos de la ventanuca, que apenas intercambian un saludo. De inmediato, Elisabeth María y aún ataviada con sus telas festivas, su cara sin lavar y el maquillaje corrido a fuerza de sudar y gozar, se pone a tirar cafés, sacar el embutido y los refrescos de la nevera y pasar los paquetes de cigarrillos. Cuando poco antes de la cena ambas abaten la chapa que aísla el módulo del economato, Elisabeth María toma asiento llevada por una tembladera de piernas más propia de quién se ha mantenido toda la noche danzando en una discoteca de moda que el de una reclusa.
De manera escueta pone al tanto a su compi de la experiencia vivida, de los blancos y negros de esa tarde, pero de cómo cerraron la sesión con una salida más que digna; por fin. No pueden intercambiar muchos más detalles, dado que la llamada a cena las obliga a cerrar el chiringo.
En la mesa todas la abordan con preguntas, dudas y curiosidades. Y ella trata de contentarlas con una información sesgada, haciendo hincapié en la última parte de la sesión de revolcones, sin adentrarse en excesivos detalles. Lo narra con el único fin, de que ellas, en sus sueños, vuelen en pos del ser amado, disfruten de las intimidades que solo los vis-vis y los sueños aportan en este lugar, y que amanezcan con una sensación tan palpable de haber gozado, como si en carne propia lo hubieran hecho.