-A ver, chicas, salid fuera que ahora toca cacheo de celda.
Ambas internas se miran con incredulidad.
-Pero, señora funcionaria, que recién nos han hecho el cacheo abajo.
-Pues ahora toca celdas. Así que para fuera y sin rechistar –suelta la otra funcionaria, una que ellas no conocen, una borde en toda regla.
Las dos salen mientras las de azul entran, con sus guantes de latex enfundados y expresión de hastío. Comienzan a revolver las baldas de hormigón, tirando sobre la cama todo lo que entorpece su búsqueda. En el caso de la funcionaria desconocida, las formas se manifiestan de manera más brusca aún, desperdigando sobre el suelo la ropa minuciosamente doblada por las inquilinas del lugar.
Pero ahí no termina la cosa, ya que el verdadero caos comienza cuando les da por registrar el cubo con la ropa en remojo. Desparraman todas las prendas por el suelo y vuelcan el contenido líquido en el tigre en búsqueda del Dorado. Pero en este caso el tesoro en forma de papela, pincho o algún otro enser prohibido no aparece. Las dos suramericanas no salen de su asombro. Aunque viendo lo que ocurre en los chabolos anexos, su rabia pasa a un segundo estadio. A la Gabi y a su compañera les han lanzado desde el interior del chabolo al pasillo toda la ropa interior empapada, después de encontrar un pulpo en una bolsa hermética y encaletado dentro del cubo de la colada; por este pequeño detalle ya son merecedoras de un parte, y quizás, dependiendo de cómo pillen a las funcionarias, de un par de días de chopano. Así que mejor mantienen la boca cerrada en previsión de lo que les pueda caer.
Por ello, cuando las funcionarias dan por concluido el cacheo de nuestras amigas y chapan, estas se dedican a recoger y ordenar sus pertenencias en silencio. Solo de cuando en cuando se les escapa un contenido,”hijueputas” o “sorras” o cualquier otra denominación de origen taleguero.