Submitted by jorge on Thu, 14/01/2010 - 06:55
Sin embargo, el joven no lo presionó, aunque de continuo se insinuaba cuando salía de la ducha con su pedazo de vergón en posición de traviesa de ferrocarril. Hasta que una noche, y cuando Edgar se consolaba en silencio pensando en algunas de las hembras que habían pasado por su vida y su catre, el jovenzuelo sintió el ligero movimiento del colchón de arriba. Se enderezó gatuno, para de repente y, sin que su compañero se percatara, distraído como se encontraba con su propio juguete, agarrarle el miembro en plena ebullición y moverlo con un par de subibajas. El jovenzuelo no necesitó de mucho esfuerzo para lograr la erupción de su ya encelado compañero. Así comenzó una relación diaria de penetraciones y de contento mutuo, relación que terminó bruscamente cuando el joven fue trasladado al centro penitenciario de Algeciras.
Después de ese compañero, el paisano tuvo otros dos compis que ni de lejos mostraban actitudes proclives al devaneo entre similares, por lo que el Edgar guardó en su más profunda intimidad sus nuevas apetencias, que solo salían a relucir en mitad de la noche, cuando el silencio embargaba el módulo y él, a hurtadillas, extraía su aparato de los gayumbos y con lentos movimientos y el pensamiento sobrevolando Algeciras, alcanzaba el clímax dentelleando la almohada como perro de presa.
Si el colombiano creyó calmar con esta explicación la furibundez de Cesárea, erró de plano. La carioca perdió el control y se lanzó con todo su volumen encima del espantado narrador. Y ya posicionada encima de él, comenzó a abofetearle mientras le gritaba: