-Pero mami, cómo acepta usted billete de ese triplehijuep…
-Y qué quiere que haga, mijita, que me ponga en una esquina a… -le interrumpe.
-Bueno, bueno, mamita, no pilemos por esa vaina, así que usted piensa que…, ¿mami?, ¿mamita?, qué es la vaina, ¿se cortó este malparido? –permanece Elisabeth María aún con el aparato en la mano después de cortarse la comunicación en medio de la conversación.
No importa en exceso. Le ha dado su opinión, además, razonada y con bastante lógica, por cierto. Si echa a John Jairo a los lobos, con su billete e influencias de seguro que en Colombia no le ocurrirá nada. Y lo que también es seguro, es que las represalias no se harán esperar; en ese caso las vidas de sus hijos y de su madre correrán verdadero peligro. Todos estos razonamientos cruzan la mente de la suramericana de regreso al economato. Ahora únicamente le falta la opinión de su novio, del Filetes. Pasado mañana, en clase de literatura, le consultará.
Al siguiente día la colombiana se levanta con mal cuerpo. Siente mareos y un sueño tremendo. Cesárea le aconseja pedir permiso a las funcionarias para quedarse en el chabolo, y así lo hace. Cuando baja se dirige a la pecera.
-Doña, ¿puedo quedarme en el chabolo? Es que no me siento muy allá.
-A ver, Cardozo, ¿cuántas veces he de decirles que si no se encuentran bien pidan permiso para ir a enfermería? Sabe que sin una orden expresa del médico o del jefe de servicios, nadie puede quedarse en la celda en horas de patio –le responde la funcionaria con ademanes amables.