Elisabeth María eleva la mirada al techo, coloca el índice sobre sus labios y responde con parsimonia:
-No, qué pena, no creo, no me recuerdo.
Entonces la facultativa se levanta y se acerca a la paciente.
-Túmbate, que te voy a examinar.
Le toma la tensión, ausculta su pecho y espalda y se introduce con su endoscopio en las cavidades bucales y auditivas en busca de algo que la colombiana no alcanza a entender. Presiona su bazo y estómago, y después de un par de indagaciones más, vuelve a tomar asiento frente a su escritorio.
-Te vas a hacer una analítica de sangre y otra de orina. Cuando reciba los resultados te avisaré –le comunica seca y distante.
-Pero, seño, dígame qué tengo, que estoy preocupada.
-Ya lo sabrás a su debido tiempo, y ahora, que pase el próximo –corta la médico la conversación, desviando la mirada hacia la puerta.
Mientras camina de regreso al módulo, la colombiana deambula sin una consciencia clara de sus actos, perdida como va en sus pensamientos. Esta malparida doctora nos trata como si fuéramos perros. No me dice nada y yo sé que alguna maluquera tengo. Qué será… Bueno, mañana me hacen los análisis y en unos días alguna vaina me dirán.
De repente, entre el tejemaneje de ideas, escucha un silbido y un, a ver, esa maciza, mira pá cá, que te tengo un regalito. Pero todo lo percibe muy distante, como si no fuera con ella, lejano de su mundo. No obstante, su vista se levanta de manera mecánica guiada por los resortes del subconsciente al segundo piso del módulo a su izquierda. Y ahí, encaramado a la ventana, como si de un chimpancé se tratara, observa sin detenimiento a un man, aferrado con la zurda a un barrote, y con la diestra meneándose su cipote a la vez que una estruendosa risotada muestra su boca presidida por los dos únicos incisivos que aún permanecen anclados a su encía superior. También oye como ida, el último rugido y el, ¡allá va!, gritado por el menda, mientras un plashhh viscoso se aplasta a unos metros frente a ella. Pero apenas le da importancia, agobiada como se encuentra por su estado. No obstante, a este depravado lo va a denunciar, para que las dejen tranquilas, a ella y a las demás chicas; ya está bien de tanto pervertido.