A la mañana siguiente amanece sin una clara conciencia de haber traspasado el umbral del sueño. Tiene los ojos hinchados; no necesita enfrentarse al espejo para sentir esa sensación de inflamación, no obstante, baja de la litera y se coloca frente el trozo de plástico duro reflectante.
-Dios mío, menudo careto, como dicen estos chapetones, qué ojeras –murmura entre labios.
Cesárea, que la escucha tumbada en su catre, ríe:
-Vose ha llorado por amor.
La colombiana se vuelve y con un ademán de pasar del tema, le responde:
-Déjeme, compi, déjeme con mis vainas. Qué amor y que verga.
Cuando llega al economato, su compañera la observa con preocupación, pero se abstiene de realizar comentario alguno. Quizás por ello y con el fin de animarla y distraerla, comienza a ponerla al corriente de todos los detalles sobre los preparativos del almuerzo que se van a zampar. Y Elisabeth, con el fin de abstraerse de su desasosiego y en agradecimiento al tacto mostrado por su compañera de destino, sonríe por vez primera desde el día de ayer y presta atención a los detalles. Y por qué no, así me dejo de vainas y de comerme la cabeza y me distraigo con mis compis, tragando y bebiendo, piensa mientras su cara pierde el rictus anterior.
Deciden dejar de atender a su selecto público media hora antes de lo normal . A través de la ventanuca avisan al resto del combo para que salgan. De las cuatro que han de venir, dos tienen destino habitual, por lo que no tienen problema en salir del módulo. Para las otras dos, las economateras ya han pedido permiso a una de las funcionarias de turno, pretextando celebrar el aniversario de bodas de una de ellas; de suerte, que doña Raquel tiene turno hoy por la mañana, y es de las que se enrollan.