En lugar de atender, ambos mantienen sus pensamientos en lugares bien distantes. Ella, trajinando su macramé estratégico de a ver como se lo dice, y él, cachondo perdido de cuándo y cómo se la trasquilará en el próximo vis. En un momento dado, él se siente observado y mira hacia ella. Entonces recuerda la insistencia que tenía en contarle algo; a él se le ha pasado con tanta testosterona revuelta que le sube a la cabeza. Por ello, y ahora que le ha vuelto a la memoria el temita de la niña, le hace un gesto con los hombros y las manos como diciendo, ¿de qué va el rollito?
Ella recibe los gestos de sordo del Filetes y comienza a moverse incómoda en el asiento. ¿Cómo le explico a este bobo que va a ser padre, sí es como un muro de hormigón?, no entiende nada, piensa Elisabeth María para si. Entonces recuerda los gestos que días pasados le hizo Cesárea, el día del almuerzo, frente a las funcionarias; gestos que decían todo.
Cuando él vuelve a mirarla, ella coloca su diestra frente a la tripa, alejándola en señal de abultamiento. Él no se da por enterado. No interpreta el gesto y vuelve a hacer aspavientos con los hombros y las manos en señal de no comprender.
No, si ya lo decía yo, éste es más güevón, bueno, igual de güevón que el resto de los manes. Solo entienden de meter, de trago y de billete; del resto ni papa, piensa la colombiana enervándose. Vuelve a realizar los gestos con la mano frente a su tripa mientras con la boca vocaliza lentamente la palabra P-A-P-Á, esperando que en esta ocasión lo entienda. Pero es la maestra quién percibe el intercambio de gestos entre ambos.
-Cardozo, ¿qué te ocurre que no paras de hacerle muecas a tu compañero?
-Nada, seño, nada, perdone –contesta ella bajando la cabeza.
Mientras, el Filetes parece que comienza a intuir lo que su chica le trata de explicar y se queda con la mirada clavada sobre ella y en estado catatónico.
-Bueno, ¿y ahora qué te ocurre a ti, que te has quedado pasmado? –pregunta la profesora al Filetes.