Éste no responde. Ni oye. Ni piensa. Solo reacciona cuando su compi de la derecha lo zarandea:
-Filetes, compi, que la maestra te está hablando, despierta, tronco.
Entonces se gira hacia su compañero, después mira a la maestra y por último vuelve a fijar su vista sobre Elisabeth María.
-Eh…, ah…, perdone, pero es que…, ufff…, no sé… -balbucea vocablos inconexos.
-Pero, ¿qué te ocurre?, ¿te encuentras bien?, ¿quieres ir a enfermería? –pregunta la profe con expresión preocupada.
-No, no…, eh…, no, estoy bien, joder, es que aún no me lo creo, ¡la hostia! –responde sin ver, sin buscar un destinatario final a sus elucubraciones.
-Elisabeth María, me puedes decir qué está ocurriendo aquí o sino tendré que avisar a los funcionarios –dirige sus palabras y su mirar con expresión severa a la colombiana.
-Nada, seño, de veras. Son cosas nuestras, güevonadas nuestras. Disculpe, qué pena –responde la suramericana aturullada.
-Pues o me lo dice alguno de los dos o aviso a los funcionarios. Así que decidíos –sentencia finalmente desde su posición de fuerza la que imparte el taller.
Ambos se miran, es decir, Elisabeth María lo mira a él, que aún permanece perdido.
-Bueno, es que…, no sé…, es algo teso para mí, y me da pena decirlo así…, frente a todos. Pero bueno, es que vamos a ser papás, el Filetes y yo…