Un tremendo revuelo se forma en clase, aunque alguno, y todas ellas, ya estaban informados del tema. La profesora prorrumpe en risas y felicitaciones a ambos, al igual que el resto, que se sueltan a abrazar y dar la enhorabuena a los futuros papás. A Elisabeth María se le ilumina el semblante, radiante. Solo el Filetes permanece sentado con la mirada perdida y una mueca hosca, mientras recibe los parabienes de sus compañeros. De repente, y después de que uno le obsequia con un par de palmadas cariñosas en la espalda, se pone en pie con brusquedad y sale con paso ligero del aula gritando:
-La hostia, dejadme de una puta vez. No soy padre de naiden ni quiero serlo, joder.
Acto seguido el silencio embarga el aula. Unos y otros se observan con ademanes de duda. Unos y otros miran en dirección a Elisabeth María con gesto de conmiseración. Ésta no soporta la tensión y se derrumba sobre el asiento, prorrumpiendo en un lastimero lloro infantil, en un gimoteo propio de parvulario. La maestra y algunas compis se acercan a consolarla, pero ella no percibe la atmósfera que la rodea, hundida como se encuentra en su propia desgracia. Es la puntilla que necesita para sumergirse en una depresión de las que solo se conocen en estas casas. Como no consiguen reanimarla, la profe la envía con dos de sus compañeras a enfermería, mientras ella continúa con la clase a fin de no perturbar al resto de alumnos.
Después de recibir la autorización de los funcionarios del socio, las dos compis acompañan a la colombiana, una a cada lado manteniendo su equilibrio, hasta el módulo de enfermería.
Ahí la ingresan, la sedan y deciden que permanezca unas horas, quizás algún día en observación; temen que el shock pueda producirle un aborto y eso, para el centro penitenciario, sería un borrón insalvable en el buen nombre de Instituciones Penitenciarias. La repercusión mediática y social podría hacer pupa a la dirección del centro.