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DE LAS PAREJAS Y SUS RELACIONES EN PRISIÓN (157)


Se pone a ello con una clarividencia rotunda, con las ideas bien delimitadas y sin necesidad de darle muchas vueltas al fundamento de lo que expondrá. Le tiene sin cuidado su escasa cultura ni la forma gramatical que dará al documento, segura como se encuentra sobre el fondo en cuestión. Tras dos largas horas de un lento trazado de palabras y frases, da por concluida su obra, todo un compendio de sabiduría popular y sobre todo, de hembra conocedora de los trámites de crear vida. La lee, la relee, y cuando después de algunas correcciones dobla las múltiples cuartillas de papel pobre y las ensobra, permanece un rato sentada, con la mirada perdida en el 

patio, pero con expresión satisfecha y orgullosa.

Han pasado varios días desde la jornada del 

curso de literatura, y de funesto recuerdo para el Filetes. Ya se encuentra en pleno fin de semana, con un humor plomizo y un sobre sin abrir que ha recibido hace un par de horas: es de Elisabeth María. Aún no ha acumulado el valor suficiente para desgarrar el borde superior y enfrentarse a su contenido. Y para colocar la guinda al pastelazo que se le viene encima, mañana domingo recibe la 

visita por cristales de algunos compas del barrio y unas pibas, entre ellas la Red, la pelirroja con la que andaba trasteando antes de que lo pusieran a hibernar en esta nevera de sentimientos y quehaceres. Está el menda para mucha visita después del marronazo que le ha caído, un marrón que no se soluciona a hostias o haciéndose con un dinero, sino que quieren que lo arrastre por media vida, que digo, por la puta vida entera.

Nadie se le acerca en el 

módulo si no es para obsequiarle con un 

truja o un café. Sonríen a sus espaldas, pero a ver quién es el guapo que se le descojona en sus narices. Y no es que el Filetes sea un 

Kie o un Maciste, muy al contrario, su cuerpo no demanda prendas de gran envergadura ni su rostro registra cicatrices del Chinatown. Pero sabe imponerse, por su simpatía y buen rollo con los 

compis, pero también por su mala leche y bravura cuando la situación así lo demanda. Por ello lleva varios días a su bola, caminando en solitario o girando por el patio con un par de compis que ejercen la función de acompañantes invisibles y sordomudos; solo por transmitirle la sensación de, aquí estamos, compi.

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