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DE LAS PAREJAS Y SUS RELACIONES EN PRISIÓN (164)

Submitted by jorge on Fri, 05/03/2010 - 07:38

Regresa cabizbajo al módulo. Le esperan unas semanas sangrantes. Por un lado, la colombiana, embarazada y exigiendo paternidad, y poco proclive a entregarse a desafueros sexuales en los vis -eso supone él-, y por el otro, la Red, que aunque en los últimos meses la había olvidado en el baúl de los recuerdos, lo ha vuelto a aguijonear: ha provocado a su carne, a su animal, a la libido; también a su orgullo, a su hombría, y por qué no decirlo, a su corazón, aún renqueante de esos amoríos pasados.

Él, un profesional habitual del sueño profundo, no logra unir ambos párpados en toda la noche del lunes. A cada momento que logra conciliar el sueño, un bombo descomunal surcado en su mitad por un ombligo oscuro, hace su aparición, y entonces, despierta bruscamente de su duermevela. La pesadilla surge a intervalos, cruzándose con otra que se intercala con la primera de manera constante y solicitando su hegemonía destructora. En ella aparece la Red, montada en un buga de color plateado, anchos alerones y tubos de escape del grosor de tubería del Canal de Isabel II. Un maromo de amplias espaldas dirige el volante mientras surcan veloz la ciudad. De cuando en cuando desvía la mirada al asiento de la acompañante y sonríe con expresión sobrada, mientras su mano se introduce por debajo de una corta falda de cuero sin rostro. En un momento dado, observa como el menda toma la cabellera de la piba y la baja con suavidad a su regazo. Mientras ella se abandona y deja caer su cabeza a esas latitudes, gira el rostro y sonríe con su mirar lascivo al conductor; es la Red. 

El Filetes se eleva de manera brusca en su catre, sudando y jadeando. Ambos sueños apesadillos lo mantienen durante toda la madrugada en un quita y pon de vigilia. Hoy se ha de enfrentar a un marronazo de aquí te espero propiciado por él, claro está, y con la ayuda de Elisabeth María. Y ahora ha de hacer frente a esta situación que no desea, a la colombiana en el vis-vis y a sí mismo, su mayor enemigo y del que desconoce su propio sentir, su Yo más profundo y del que duda sobre sus próximas reacciones. En concreto, amanece con un socavón existencial, del cuál no intuye como saldrá, y en especial, durante el vis de la tarde.  

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