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DE LAS PAREJAS Y SUS RELACIONES EN PRISIÓN (166)

Elisabeth María se está ataviando. Ella sí tiene claro como emperifollarse para deslumbrar al Filetes. Tiene que dar un golpe de efecto en toda regla. Sigue siendo una hembra de buen ver y, el embarazo, aún no ha hecho su aparición en el envoltorio: en su cuerpo. Intuye que el Filetes llegue con una indecisión galopante, como cualquier hombre en esta circunstancia, y ella ha de utilizar esta hora y media para sacarle un compromiso de paternidad, un compromiso firme. No está nerviosa como en otras ocasiones. Sus nervios presienten que han de permanecer así durante toda la comunicación y no perder el temple en ningún momento; el futuro de ella depende de esta ocasión.

Se perfuma toda la superficie del cuerpo con cadencia, mientras termina de decidir su actuación a seguir. Levanta distraída la falda e introduce su mano perfumada, restregando con ella sus muslos y llegando a la frontera que marca esa enorme selva tupida que mantiene sin deforestar; a ella le gusta, a él también. Sus dedos rozan con suavidad los labios externos de su intimidad, provocando en ella un estremecimiento; comienza a humedecerse. 

De inmediato descarta la idea de su cabeza: ni de vainas lo vamos hacer, a menos que él se responsabilice como un varón y se haga cargo de la paternidad del bebé, piensa para sí. Entonces sí me entrego toda, todita, y le haré lo que no se imagina. 

Sus dedos que se han mantenido de una manera inconsciente en la zona, rozan a ratos sus vellos y las carnes debajo de ellos. Introduce el índice ligeramente entre labios y lo retira empapado y viscoso. 

Pero cómo diga que no y no quiera hacerse cargo del bebito, ni entregarme ni vergas, sigue cavilando. Ahí me voy por él y lo jodo, lo denuncio al director del centro; entonces va a saber este berraco quién es Elisabeth María Caicedo. A mi no me mama gallo un chapetón y me abandona como madre soltera; ni de vainas. Es tanta la rabia que se ha apoderado de sus pensamientos, que retira su mano de debajo de la falda y pierde de inmediato el apetito de carnes que comenzaba a devorarla.

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