Entonces, y sin poder controlar sus propios impulsos, su cuerpo avanza un par de pasos decididos sobre la colombiana. Ésta, a duras penas frena lo impetuoso del avance del contrario, cediendo terreno y acercándose de manera peligrosa a la cama.
-No se me arreche, Filetes, que acá no tiene papeo hasta que no me de un sí o algo parecido. Y deje la agresividad, que esta vaina no me gusta ni verga –le suelta con el aliento cercano a su cara.
Pero el arranque, aunque bloqueado durante un instante, es imparable. Su consciente ya no controla la erupción interna que ha cortocircuitado su entendimiento. Avanza como un panzer sobre ella, apisonándola con su pecho mientras la toma con sus brazos. Cuando ella se apercibe de su situación, ya está tumbada en la cama con un gran peso sobre si. Entonces se debate como una lagartija, retorciéndose con afán de librarse de su opresor. Sin embargo, éste la tiene aferrada, mientras frota sus caderas contra las suyas en una demostración de lascivia desenfrenada. Viendo que con su zarandeo no logra evadirse del bloqueo, comienza a elevar la voz, a gritar, injuriando al Filetes con todos los argumentos que despide su garganta. Es la boca de él la que acalla toda esa retahíla de gruñidos, besándola. Y ella recibe esos besos lanzando mordiscos a sus labios, mordiscos que terminan en un intercambio de bocados viciosos, sangrantes, aunque indoloros en ese estado de agitación en que se encuentran.
Entonces él, aferrando con una mano los brazos de la colombiana, se desbrocha con la otra la cremallera y extrae su pollón hurgando entre los gayumbos. Acto seguido sube la falda y, apartando los cucos de lado, introduce de golpe sus tres dedos centrales entre el sotobosque y las paredes rugosas hasta el fondo de su vagina. Elisabeth María da un respingo y grita:
-¡Hifoefuta…, defgracfiado…, marpafido…!