Pero los gruñidos ininteligibles se esfuman en su laringe y por los labios de él; apenas son audibles en la habitación. Ella redobla sus esfuerzos por evadirse; él, por introducirse más en ella. Intercambia sus herramientas: retira los dedos y empotra su verga hasta donde le da la cavidad. Por fin ella consigue zafar un brazo, brazo que dirige hacia el rostro del Filetes y al cual marca con varios surcos de sus afiladas uñas. Instintivamente la diestra de él se dispara y abofetea la cara opuesta, momento en que todo el recital de salvajismo se paraliza; unos segundos.
Ambos se observan sorprendidos: ella, por recibir; él, por propinar. La mirada de ella destella una incandescencia furiosa; la de él, estupor, manteniendo, sin embargo, el brillo de la impudicia. Entonces la suramericana se retuerce sobre si misma, como tigra en celo, tratando de desequilibrar a su oponente, mientras profiere una retahíla de barbaridades.
-¡Déjeme, malparido, hijueputa, marico, déjeme. A mi no me toca nadie y…!
El Filetes, con el ánimo de acallarla, vuelve a proyectar su boca sobre la de ella, recibiendo unas dentelladas que encienden de nuevo el vicio en él. Retoma la acción perdida, introduciéndose de nuevo en sus carnes y perforando lo que encuentra en su camino. A golpe de cadera penetra una y otra vez a su contraria mientras ésta busca una salida a una situación que por momentos siente que la altera. Y el rechazo, la ansiedad y la impotencia, se trocan de un momento a otro en una adaptación a los envites del que la violenta; sus movimientos se aúnan en uno solo, acelerando el ritmo de una manera frenética, mientras flagelan su piel a dentelladas, aruñones y encontronazos de sus huesos.
Cuando ella percibe el clímax de él, acelera sus golpes de cadera expandiendo las piernas a su ángulo máximo para recibir toda la acometida. Él primero, ella después, acogen la contundencia del orgasmo con bufidos y estertores:
-¡Ya, joder, ya me corroooooooooooo!
-¡Y yo, malparido, yo tambiénnnnnn meeeeee vengoooooo!