Con las nuevas disposiciones, a las suramericanas les ha cambiado la rutina diaria, especialmente a Elisabeth María, que además del destino, por el cual se embolsa 150€ mensuales –modo de independencia económica, con lo que evita depender de la familia-, cursa sus estudios de la Eso y remata la jugada viendo al Filetes. ¿Y cómo es eso?
Es que da la casualidad, que a las dos semanas de acudir diariamente a clase, un miércoles en el que en otra de las aulas se impartía un curso inglés, Elisabeth María se topó de bruces con el Filetes. Ya para esta época ambos mantienen una correspondencia más que fluida, conocen sus aficiones, recuerdos y ciertas intimidades. Cuando se encuentran, además de la consabida sorpresa, su relación ya ha adquirido el status de estable para el resto de compis, aunque hasta el momento haya sido de manera epistolar. Esto les da pie para materializarla, que además de continuar a través del correo de módulo a módulo, ahora se refuerza con ese contacto semanal de verse y hablarse, por el momento.
Una mañana, Elisabeth María fue llamada a locutorios. Se encontraba en inmersa en unos cálculos matemáticos, cuando una funcionaria entró en clase:
-A ver, Elisabeth María, abogados.
Y con las mismas la acompaña al módulo de Comunicaciones. Entra y le indican que espere frente a un vidrio similar al de la comunicaciones de fin de semana, pero algo más espacioso y limpio. Está nerviosa, retuerce las manos aún con el lápiz de la escuela aferrado a una de ellas, y tiene la mente en blanco. Le ha pillado tan de improviso que no ha tenido tiempo de reacción. No sabe de qué va el tema: si se trata del abogado de oficio que le asistió en su primera comparecencia ante su señoría, aquel güevón que no ponía interés alguno en su situación, o el que le había prometido su mamá que contratarían a través del Consulado. ¿Qué le preguntaría?, ¿qué posibilidades vería de que le pusieran una fianza?, o quizás que la dejaran libre.