No tiene que esperar apenas. Las llamadas actuales de cinco minutos no dan para mucho. Hasta hace unos años los de destinos se rebuscaban las llamadas a diario y de larga duración; el resto de internos, una o dos a la semana y para de contar. Pero ahora han informatizado todo y además de tener que autorizarte los números a los que llamas -antes te comunicabas con quien te diera la gana-, a los cinco minutos se corta y se acabó lo que se daba.
La suramericana toma el aparato y marca el número del despacho del letrado.
Una voz responde al otro lado de la línea.
-Despacho de abogados, ¿dígame?
-Por favor, ¿me pasa al doctor Fernando?
-¿De parte de quién? –pregunta a su vez la misma voz de dicción aguda.
-De Elisabeth María Cardozo. Llamo de la cárcel de…
-Un momento, un momento, ya le paso –le corta la del tono afilado.
Durante unos breves instantes la colombiana solo escucha un ligero run-run característico de una conexión abierta en la línea telefónica.
-Elisabeth María, buenas tardes, soy Fernando, ¿cómo estás? –responde por fin la persona a la que la colombiana desea escuchar.
-Uy, doctor, que berraquera oír su voz. Oígame, doctorcito, disculpe que no le llamara antes, pero he tenido muchas vainas y se me pasó.
-Ya, ya. Me estaba preguntado qué había pasado contigo, ya que quedaste en llamar hace un par de semanas para darme una respuesta. Casualmente iba a pasarme por tu centro pasado mañana. Pero dime, ¿estás bien?, ¿ha ocurrido algún nuevo contratiempo? –suena un tono de preocupación al otro lado del aparato.
-Sí, sí, he tenido, no, perdone, tengo problemas, pero que no quiero contar por teléfono. Cuando usted venga le digo todo lo que acá me pasa. Bueno, mire, doctor, me lo he pensado todo muy bien y no quiero arreglar nada con ese fiscal o como se llame ese señor. Quiero que usted lo pelee en el juicio. ¿Qué me dice? -termina de exponer la suramericana con seguridad.