-Dígame, mijita, qué es la vaina que no le puede solucionar su Sandrita, porque desde hace meses que no ha hablado con ninguna de nosotras; cuente –pregunta Elisabeth María, que circula por la parte exterior.
-No me joda, Elisabeth María. Si no le hablé desde que me mudé a vivir con la Sandrita fue porque todas las paisanas comenzaron con la mamadera de gallo, de que sí yo era esta vaina, que si yo era bollera y la Sandrita requetebollera, y toda esa mierda que alcahutiaron de nosotras. No somos bolleras, pero nos acompañamos y damos cariño. Cuando salgamos, ella volverá con sus pelaitos y su man, y yo, con el mío. Pero, bueno, dejemos esa maricada y hablemos de la vaina verraca que me está ocurriendo y no me deja vivir, tampoco a la Sandrita.
Durante unos instantes la Paisa se mantiene en silencio, como si rumiara internamente la manera de exponer su problema, de comenzar a hilvanar la narración. Siguen avanzando por ese camino imperceptible pero que ellas siempre pisan de idéntica manera y por el mismo surco sin marcar. Elisabeth María observa que en una de las esquinas se mantiene la Patri y su combo de machacas, aunadas y en un solo círculo. De cuando en cuando dirigen la mirada hacia ellas, sin importar el lugar del recorrido en que se encuentren. Después vuelven a hacer corro y continúan con sus divagaciones.
-Pues, mire, parcera, le voy a contar, aunque no sé ni cómo ni por dónde. La vaina es que tengo tremenda culebra con la Patri.
-¿Con la Patri?, ¿usted?, ¿culebra?, pero, ¿de qué y de cuándo? –le interrumpe Elisabeth María asombrada del comentario de la paisana.
-Pues, sí, hermanita, de esa gonorrea de la Patri, la que quiso joderla a usted y ahora me quiere joder a mi, pero joder con todas sus letras. Me quiero comer, quiere culiarme, quiere que yo sea su hembra, ¿me comprendió? –enfatiza la Paisa, provocando que ambas frenen de golpe su caminado.