Pasan un par de meses cuando una mañana le avisan de locutorios: abogado. Acude con paso firme, aunque sin prisas, al módulo de comunicaciones. Nada le inquieta ya, nada le agobia, la vida transcurre para ella sin oscilaciones. Ha dejado atrás su inocencia, la intensidad de la vida diaria; tan solo la evocación de sus hijos y de su madre revuelve su interior, provoca en ella alguna sonrisa, alguna lágrima, poco más.
Llega. Le indican la cabina hacia donde encamina sus pasos. Como es habitual, al otro lado del vidrio observa la cara sonriente de Fernando.
-Buenos días, Elisabeth María, ¿cómo sigues?
-Bien, doctor, gracias –responde concisa la colombiana.
Fernando ya está al tanto de su cambio de actitud, de su frialdad no forzada. Por ello trata de llevar el peso de la conversación, de no violentarla con sus preguntas.
-Mira, he venido por que ya tenemos fecha de juicio: está fijado para el 22 de mayo. Acuérdate que la petición fiscal es de nueve años, aunque pienso que con las eximentes que contamos y la cantidad de droga decomisada, podemos lograr una condena mucho más leve; es lo que busco.
Lo mira con fijeza, aunque con un mirar carente de agresividad, rabia o algo que se le parezca; simplemente lo observa.
-¿Necesita más información para el juicio? –pregunta ella calmada.
-La verdad que no. Ya tengo todo lo que preciso. Lo he preparado concienzudamente para sacarte con los mínimos años posibles. Y con lo que llevas cumplidos y un tiempecillo más, pedimos tu expulsión a Colombia, ya que existe un tratado bilateral a ese efecto. Creo que es lo que más te conviene e interesa –responde Fernando mientras la contempla pensativo.