Toda esa semana Elisabeth María se mantiene ocupada, más encerrada en sí misma, si cabe. Mientras se mueve, al tiempo que come, durante la siesta, en cada momento, se la encuentran pensativa, merodeando con la mente lugares inaccesibles. Cuando se sienta, escribe, garabatea una suerte de iconos similares a cifras, números de toda índole, sumados, multiplicados, pero no divididos; siempre a más.
Al cabo de dos semanas de elucubraciones muchas, escoge un día cualquiera para repartir cultura en el 6. A pesar de no llevar libros para el Filetes, lo manda llamar junto a otros muchos, aunque en último lugar. El menda se presenta sorprendido.
-Joder, chorba, si no te he pedido ilustración o como se llame eso. ¿A qué viene entonces la llamadera?, qué pasa, ¿quieres otra vez lío con el menda? –pregunta mirando de arriba abajo a la colombiana con una duda más que razonable.
-Cállese, chito y escuche –le corta tajante la suramericana sin derecho a rechiste.
-Usted quería que le llevase una vaina a su compi del 11, ¿no es verdad? –le pregunta sin esperar respuesta. –Como imagino de que va el regalito…, pues que sepa, que se lo hago. A cambio, usted me da una pequeña parte de lo que envíe, para mí, por el transporte.
-Pero…, pero…, tú te pinchas, tía, o qué te pasa. Una leche te voy a dar, porque yo…
-No se preocupe, déjelo –y dándose la vuelta se dispone a irse.
-Eh, eh, eh, espera, tronca, espera, shhhh, no tan rápido –le grita controlando el tono a fin de que los funcionarios no se pispen. –Que chachi, que a ver como lo negociamos.