Eso ocurrió años atrás, cuando el Filetes y su pandilla apenas empezaba a trajinar en el difícil mundo del robo en equipo. Ahora se habían especializado en los alunizajes y en los robos de los grandes almacenes de la electrónica, ah, y en el de los bugas de lujo. El último de estos fue de película y por encargo.
Entraron en un concesionario de bugas de ensueño en el barrio ese de Salamanca. Llevaban controlando el lugar desde semanas atrás y por fin, una noche, forzaron la puerta, desconectaron rápido la alarma y buscaron las llaves de los coches; contaban con el soplo de uno de los de adentro. El Filetes se agenció un Carrera amarillo y sus compis, un Ferrari gris y un Aston Martin verde oscuro. Con una gran maza quebraron la vidriera del frente arrancaron los motores y salieron derrapando ruedas del concesionario.
Alguna perra chivata del vecindario llamó a la lechera, ya que cuando transitaban por el cruce de la calle O’donnel con dirección a la M-30 sur, varias lecheras y coches de los maderos los perseguían con destellos azulados y su megafonía ladrando órdenes giles. Pero a ver quién es el guapo que caza a estos tres bólidos. Los aceleraron a 200 y más por la M-30 y, una vez llegados al desvío de la A-4, cada uno tomó uno salida diferente. No los pillaron, aunque a uno de ellos poco le faltó.