-Te voy a decir una cosita y que te quede bien clara. No recomendaría a alguien como tú ni de coña –dice la economatera –porque nos ha llegado el soplo, que una perra chivata de este módulo va a ir con un cuento al jefe de servicios.
La Lola recibe las palabras como un torpedo por debajo de la linea de flotación: en su bajo vientre; empalidece. La otra le da tiempo de reacción; espera.
-Pero, pero…, tronca, como dises eso de la Lola. Yo soy buena compi y…
-Lola, yo no he dicho que tu eres la perra chivata. ¿Por qué te das por alusdida o como coño se diga –le corta la economatera.
-No, no, yo no he sido, por mis hijos y mi mare y por tos los santos, que no, que no he sido yo la que he hablado con don Ciriaco, palab…., ay, Dios mío –se entrecorta la chivata al percatarse de su metedura de pierna, hasta el fondo.
-¿Quién ha hablao de don Ciriaco, porque yo no…
Unos golpes en la puerta interrumpen la conversación entre ambas. La economatera se levanta y abre a Elisabeth María.
-Joder, Elisabeth María, que casualidad que justo vengas a visitarme. Estoy con una compi que me está contando algo pero que muy de a buten. Anda, pasa, no te quedes pasmá –le dice, apartándose para dejarle paso mientras guiña picara su ojo izquierdo.
-Mire, si es la Lola –dice seca la Elisabeth María- la que va por ahí hablando mierda, perdón, con ganas de hablar mierda.