Submitted by jorge on Thu, 22/07/2010 - 08:24
Al día siguiente por la tarde, el economatero de su módulo lo hace llamar.
-Filetes, que ha pasado por aquí un jicho y ha dejado este sobre pa ti.
El aludido lo toma, rasga la solapa y extrae un papelillo. En el lee, 500. Sonríe. Era lo esperado. Esta mañana se puso en contacto con Elisabeth María, poniéndola al corriente de la propuesta. Ésta había autorizado hasta 700€ por el trabajo. Tal y como le había mandado decir, el escarmiento al Sebas no es tanto por las papelas que debe, que en realidad es pecata minuta comparado con lo que costará el servicio en sí, sino por sentar un precedente en todo el centro: del combo distribuidor no se ríe ni el putas, esa es la consigna. Y como nadie está al tanto de quien es quien dentro del negocio oscuro, todos temen las represalias, pero sin saber de dónde vendrán.
Y así es como a todos toma por sopresa, cuando a los dos días se monta un operativo de cacheo en el módulo 7 al mando del jefe de servicios, don Ciriaco. Pero éste no da palos de tuerto. Un informante del mismo módulo le ha comunicado, que el Ambrosio cobrará el jueves billetes en negro de varios que le deben en el patio. Y preciso, ese jueves, después de subida a celdas, una docena de funcionarios abren chabolos y comienzan con el cacheo rastrero. Y la casualidad les lleva a descubrir en el del Ambrosio, encaletado en el colchón, un fajo de dineros de la calle y recién horneados. Además de esto, de diversos chabolos extraen pinchos, espadas, jaco, farlopa, chocolate y un hipermercado entero de lo que está prohibido.