Submitted by jorge on Mon, 26/07/2010 - 08:28
Al Ambrosio lo recibe un nutrido grupo en el patio. Deja su petate en una esquina, junto a la pecera de los funcionarios, y sale con paso firme y amplio a patiear. Nadie lo acompaña. Lo dejan pasear toda la mañana, sin interrupciones. Antes de llamada a comida, un par de mendas, de poca envergadura y carnes flácidas, se le acercan.
-Tú eres el Ambrosio, ¿no, tronco?
Para su caminado y los enfrenta de cara, enseñando su dentadura.
-Sí, ¿qué pasa? –responde echando su cuerpo hacia delante.
Uno de los ruinas lo mira, tranquilo, tocándose el bolsillo del pantalón.
-Pues que en este módulo no entran violetas. Aquí solo vivimos hombres y no queremos mariconas ni perras. En los otros patios puedes ir de kie y de lo que te salga de los cojones, pero aquí no.
-¿Y qué vaís a hacer vosotros?, ¿me vaís a sobar el hocico, pinchar o qué cojones? –se encrespa más si cabe el Ambrosio, aunque siente que los dos que tiene enfrente no se amilanan, no tienen nada que perder.
-Te damos hasta mañana pá que te pires. Si sigues aquí, estás morío. Mi compi y yo tenemos hijas, parienta, hermanas y mama, y encima, vivimos con el bicho. Ansi que no tenemos mucho que perder. Ah, tronco, y mi compi y yo, y otros compis más del patio, vamos empalmaos. Chachi, que si mañana desayunas en este patio, no comes. Estás avisau.
El Ambrosio cierra los puños amenazante, mientras su mirar vaga por el patio. No ve rostros amigos, muy al contrario, sabe que su vida aquí no tiene futuro. Lo han enviado al módulo de los duros, de los ruinas, y estos no perdonan; muchos tienen familia y odian a los violetas.