Desde aquella noche la relación entre ambas se mantuvo como si allí no hubiera pasado nada. Del hecho en sí, ni mencionarlo y, para cuando los estragos de la soledad comenzaron a urdir una nueva trama, los acontecimientos se adelantaron; ya no había nada que hacer.
En el último encuentro de Elisabeth María y el Filetes entre columnas, éste le susurra entre labios, mientras roban los últimos arrumacos al comienzo de la clase:
-Gachí, ya llevamos tres meses y medio de carteo y voy a pedir el vis-vis, ¿qué, te mola?
Elisabeth frunce el ceño.
-Mijito, o me habla claro o no lo entiendo. Sí, sí, entendí lo del vis-vis, pero esa vaina de gachí y mola, no me joda, hable clarito. Y de lo otro…,del vis-vis, mmh, no sé, no será muy precipitado…,¿qué piensa, usted? -le ronronea, gatuna y melosa, mientras su interior se revuelve de fluídos en ebullición.
La llamada a clase los saca de su particular éxtasis de cuarto de hora. Se despiden sin confirmarse pareceres, pero con las ideas más que claras de lo que cada uno y sus sentimientos desea.
A partir de ese día el Filetes husmea por pasillos y zonas comunes en busca de su Jefe de Servicios. Él tendrá que tomar la iniciativa, sabedor de que la colombiana remolona y en apariencia desganada, arde en deseos, pero es en exceso orgullosa para reconocerlo.