Pero como antes comenté, los acontecimientos se adelantaron y eso evitó que ambas retomaran una relación de la que ninguna deseaba que fuera más que una simple amistad de compañeras.
Fue a la bajada de una de esas tardes monótonas como cualquier otra, cuando a Elisabeth María le comentan que tiene una instancia. Al ir a recogerla, se encuentra con la sorpresa inesperada de tratarse de la concesión de un vis-vis íntimo con el Filetes. Las piernas comienzan a temblarle, mientras sus compañeras le arrancan el papel de la mano y se arma un griterío de aquí te espero. Todas la felicitan, entre ellas Cesárea. Pero esa misma tarde la brasileña toma papel y lápiz y da una respuesta positiva al colombiano: desea mantener una relación con él.
Mientras Elisabeth María lee y relee la autorización del vis-vis, aún sin tenerlas todas consigo, dubitativa a la vez que deseosa, el Filetes recibe también una comunicación idéntica. Él, sin embargo, sonríe de satisfacción mientras sus compis lo felicitan y le desean un revolcón apoteósico; es lo habitual en el módulo de los machos.
A la espera del día señalado, Elisabeth María se convierte en un manojo de nervios. La libido le desaparece y lo único que le preocupa es el que pasará después, en que terminará todo esto, máxime, cuando se trata de un chapetón y no de un paisano del Pueblo. ¿Cómo serán estos españoles?, se pregunta. Se les ve tan bruscos, con ese hablado que parece que te gritan, con el machismo que demuestran a cada instante y con su forma de tratar a las mujeres... mmh, no sé, no sé... ay, mi Diosito, ¿qué hago?
Tal es su duda y sus maneras tan arraigadas, que llama a su mami a Colombia para consultar al respecto. Es que nunca conoció hombre que no fuera de su país, es más, ni de su ciudad siquiera, apenas alguno de su barrio y a su esposo, claro está. Y ahora se veía enredada en una relación, en un país extraño de donde solo conoce el aeropuerto y la cárcel, a 9.000 kilómetros de distancia de su casa y con un man del que solo sabe su apodo, y vaya apodo, el Filetes, y poco más.
Su madre, como era de esperar y en cinco minutos de llamada, lo único que le puede aconsejar es que actúe con cautela y que ya es mayorcita para tomar esa decisión.
Con lo cual, llega al día cuestión sin tener una idea clara de lo que realmente desea. Por ello, una hora antes de la cita con ese hombre apenas conocido y en la que los encerraran a solas en una celda durante hora y media, no se le ocurre mejor idea que estrenarse con algo aún desconocido para ella:
-¿Cesárea, tiene un cigarrillito, o mejor, un porro?