Mientras Cesárea le arma el porro, ella reordena la ropa que sus compis le han prestado para la ocasión. Sus prendas apenas le sirven para el diario y lo poco mono que trajo al viaje, se ha quedado almacenado en Paquetes; ahí, hasta que salga en libertad. Para cuando eso ocurra, la ropa ya será la que usen las ancianitas, además de haber sido pasto de la polilla.
Cesárea, que calza un 37, una talla más que ella, pero dadas las circunstancias con un poco de relleno se soluciona el tema, le ha prestado los zapatos de tacón que traía puestos el día de la detención. Son de un rojo brillante, acharolados y de tacón alto, casi de aguja pero algo más grueso. También le presta un par de medias de rejilla.
Una falda de tablas, de tejido acrílico y de un tono fucsia de talla 38 de su compañera de Economato, le talla como anillo al dedo. Y la camisa se la consigue una de las antiguas machacas de la Patri, reconvertida a amiga suya y de su grupo de leales. Es de color negro, abotonada y de tela vaporosa.
Los demás aditamentos como el cinturón, el bolso, algunas joyas y resto de abalorios, lo recolectan entre varias. Después del Vis-vis todo regresará a sus respectivas propietarias.
Esa mañana y después de cerrar el Economato, le tocó una sesión de acicalamiento en las duchas del patio, y posteriormente, en la pequeña aula que hace las veces de peluquería. La peinaron, le dieron las mechas, le hicieron la pedicura y la manicura a la francesa, con lo cual, cuando después de comer subió al chabolo, Elisabeth María ascendió las escaleras como llevada por un vendaval de aire fresco.